Te estaré esperando

De vez en vez abandono las letras y no porque lo necesite, no porque no exista inspiración, pero sí por un profundo deseo.

Hasta hoy he disfrutado de cierta oscuridad en mis temáticas, de cierta tragedia y depresión que no podría ni debería durar por siempre.

Lo sé, a veces los cambios no son lo mejor, por ejemplo, los músicos que hacen letras deprimentes y un buen día son felices, se van a pique pues su público espera raspar sus venas con sus letras, pero sí de pronto todo es luz, no hay con qué rascar.

A mi no me importa en realidad que alguien quede sin una piedra con la que se rasque o se deje marcas en la piel, al contrario.

Sé que este viaje por las letras, comenzado mucho antes de lo que se piensa y con más estaciones de las trazadas en este mapa, saldrá tarde o temprano a La Luz.

Y es que no todo puede ser oscuro, sé que he aprendido mis lecciones, que hoy soy mejor que ayer y que me rodeo de personas mejores a las de ayer.

Sé que puedo distinguir entre quién llega por un instante y quién tiene ganas de quedarse y sé que pronto mis letras hablarán de ese alguien.

Quizá cuando ese alguien llegue, escriba también de tragedias, pero también de alegrías, tonalidades poco oscuras y alegrías infinitas.

Quizá ya llegó y es quien creo que es o quizá esté aún entre las sombras, es cuestión de descubrirlo como en un cuento de detectives.

Al final, sí, al final te estaré esperando.

Ilustración: Scott Listfield

Y al final…

Al final no todos somos tan buenos como creemos ni tan malos como otros nos hacen ver.

Al final todo tiene varias versiones, al menos dos y quizá tres o 10 o 500, según el número de involucrados.

Platicaba con alguien bastante interesante y coincidíamos que todos los hombres terminamos por llamar a las ex «locas» y las mujeres tienden a decir que sus ex parejas «huían del compromiso» o eran «patanes».

La verdad es que todo es una cuestión de ángulos, de formas y de focos, de miradas, de escrutinios y de escarbar en las mil versiones y aún así no podríamos ponernos de acuerdo pues cada uno vive, siente y piensa de maneras distintas.

La historia de uno, siempre será distinta a la del otro.

Al final llamar «locas» o «patanes» o «huidizos» a nuestros pasados no es más que una muletilla, algo fácil, algo simple y que evita llegar a miles de explicaciones.

Locas he conocido muchas, con y sin comillas, y sus verdades seguro son muy dispares a las mías, aunque es cierto que en su momento esas locuras llenaron de sonrisas.

Al final, todos somos el lobo feroz en el cuento de alguien… Al final, todos sabemos lo que somos, lo que mostramos y más importante, lo que vivimos.

Al final, todos sabemos lo que deseamos vivir y lo que nos haría felices, así sean locuras o huidas.

Imagen: Yellowbluepink de Ann Veronica Janssens

Belleza inmortal

«Gracias Porfirio Díaz», dijo mientras nos alejábamos del que quizá sea el edificio más hermoso de toda la ciudad.

Cada visita al Palacio de Bellas Artes es distinta pero igual de feliz.

Desde aquellas noches en las que mientras toda la sala parecía avanzar, yo me quedaba anonadado ante esos trazos perfectos de Miguel Ángel.

Esos que muchos despreciaron por ser «apenas unos bocetos», que si bien lo eran, no por ello perdían ese rastro divino de maestría, de grandeza; no por eso dejaban de acelerar el corazón e iluminar el alma.

Arte que le llaman.

Otras más jugando con las luces, como si se pudiera tocar su mármol imaginado por Adamo Boari y Federico Mariscal o simplemente mirando como su blancura era transformada desde los proyectores.

Las tardes mirándole desde las alturas, desde esa estrecha terraza, mientras se bebe un café, precisamente invitado por Don Porfirio.

Las noches de ballet y el «tic-tic-tac-tac» que precede soberbias ejecuciones y también sonrisas que iluminan rostros de acompañantes y a mí, me iluminan el alma, la vida.

Desde hace unas noches he intentado y difícilmente he podido encontrar momentos, tardes, noches tan increíbles, sonrisas más sinceras y pláticas más placenteras que las que surgen debajo de sus cúpulas.

Aún no encuentro una explicación real. ¿Será la magia de un recinto o la de la compañía perfecta?

Quizá lo es todo al mismo tiempo.

En la sed mortal

«Perdón por mis pies siempre fríos, por la noche pasada, y por la otra, y por aquella también», Nacho Vegas.

¿Es acaso el amor una elección? ¿lo es acaso el perdón y el olvido?

¿Será que cada quien elige a quien amar como la niña de la secundaria decide a quien rechazar?

¿Será cierta tanta poesía y tanta música y tanta teatralidad que nos ha enseñado que para amar hay primero que sufrir?

¿Que para ser feliz hay primero que llorar?

Lo es y no lo es, tal como es cierto que los estados de melancolía siempre han sido un caldo de cultivo muy fructífero para expresarse.

Y esos estados solo los brinda la decisión propia, y eso sí no me lo pidan explicar, porque ni los que llevan décadas estudiando la mente podrían hacerlo.

Por alguna razón elegimos imposibles aunque nos dañen, infelicidad en lugar del gozo, aunque es entendible que prefiramos sentir dolor a no sentir nada.

Hay gente que tiene el amor enfrente y prefieren hacerlo a un lado porque se crean una lista de requisitos imposibles de llenar, pero de alguna manera los llenan con alguien idealizado desde el dolor.

Así como la niña de secundaria imagina el matrimonio, la casa con jardín y dos perros jugando con los hijos que tendrá al lado del ídolo del póster que pega en la pared (¿Aún hacen eso?).

Así somos nosotros, ponemos esas esperanzas en alguien, que no pegamos en nuestra pared, pero lo hacemos en nuestro corazón con alfileres, mismos que el sujeto (o sujeta -sic-) en cuestión trata de tirar a patadas.

Y sí, el dolor, el amor, el sufrimiento es una elección como la necesidad de culparnos cuando todo sale mal y darnos poco crédito cuando todo sale bien.

Nadie te daña si no se lo permites, nadie entra a tu cerebro ni a tu alma ni a tu corazón si no se lo abres.

¿Qué tal que por una vez dejamos entrar a una persona totalmente distinta, de esas que tienen sentimientos puros pero jamás pegaríamos su póster en la pared?

¿Qué tal que por una vez nos permitimos elegir la felicidad sin caminos espinosos, aunque ese check list se quede vacío?

¿Qué tal si por una vez nos dejamos llevar por el instinto, nos dejamos ir como «gorda en tobogán»?

Hemos sufrido tanto con decisiones equivocadas que no tenemos ya nada que perder.

Imagen: Tadzio Autumm

San Valentín

Y quien espere una lección de historia puede buscar la «X» y alejarse lo más rápido posible.

San Valentín nunca fue uno de mis días favoritos, aún recuerdo algunos momentos como esa vela en forma de alcatraz, que ella, mi primera «loca», guardaba sobre el monitor de su computadora.

Para ambos era una sorpresa estar juntos en 14 de febrero, nos habíamos dado largas y largas, hasta que en una noche de fiesta en la que celebramos el final del primer semestre de la carrera comenzamos una breve relación.

En aquel entonces ella pasaba por momentos complicados, pero nos divertimos bastante por casi un semestre.

Después no recuerdo gran cosa de los «14», quizá porque guardo más recuerdos de aquellos días de prepa en los que anónimamente mandábamos flores a las chicas que nos gustaban.

Claro, como se las comprábamos al Comité de Graduación, a los 10 minutos el anonimato se había disuelto. Así uno experimenta con los primeros batazos y uno que otro beso de la más guapa de la clase.

No recuerdo que me diera pena una sola vez decirle a una chica que me gustaba, desde el kinder y la primaria, siempre me gustaba la más bonita, no importaba si fueran morenitas, castañas o güeritas, solo que estuvieran lindas.

En la prepa recuerdo un problema por culpa de una chica que tenía novio; yo no tenía idea de que la maestra de Psicología se llevaba bien con él y le iría con el chisme.

Luego, por muchos años la fecha la pasaba por alto, pero no por pose anti comercial, sino porque no me gustan los lugares en los que hay que esperar por una mesa como ocurre en estas fechas.

El último 14 de febrero fue aciago, por decir lo menos, por primera vez en mucho tiempo lo pasé soltero y creo que la nostalgia provocó beber una especie de paciflorina y nada más.

Pasar solo un día como éste no debería ser un problema, ni siquiera llevarnos a la desesperación que leo en la redes sociales.

Total, si ignoramos 364 santos en el calendario, ¿por qué no haríamos lo mismo con un tal Valentín?

La verdad es que siendo un romántico, como lo soy, siento la soledad, aún a sabiendas que no lo estoy.

Pero es que estar y no estar es algo que provoca un caos terrible, porque sabes en dónde quieres estar y al mismo tiempo sabes que no estás. Que de todo lo bueno, falta afinar ese detalle para que todo pase.

¿Pero afinar qué?

Las cuerdas rotas no se pueden afinar, quizá cuando ya no lo estén se logre una buena entonación, antes, se complica.

Mientras, en la mismísima madrugada de San Valentín, solo puedo desear que encontremos lo que buscamos y si tú lo hayas aquí, la afinación será la correcta.

Feliz día del amor, feliz amor, amor.

Nos lo merecemos todo

«Mereces lo que sueñas»

Ojalá fuera posible controlar nuestro futuro, pero habría muy poca emoción en saber qué es lo que sigue.

La vida nos tiene siempre sorpresas (ya sé que esto se llena poco a poco de lugares comunes).

Salvo los expertos en situaciones cuánticas, quienes afirman que llegamos a sospechar y adelantarnos a ciertos hechos porque en realidad en nuestro espacio temporal ya lo vivimos, lo cierto es que no podemos ver más allá de nuestra nariz.

«Nos merecemos varias cosas», dijo ella y yo solo puedo pensar en que ambos hemos trabajado mucho, juntos y por separado como para que la vida nos sonría.

Merecemos, merecemos mucho, lo mejor, todo, lo que hemos soñado, platicado y guardado en nuestro pecho.

Te quiero y agradezco siempre por acompañarme en este viaje, muy a nuestro modo y gusto… Es tan beautiful.

Ilustración: etsy.com

Ruido, solamente ruido

Con ella el timing nunca funcionó, siempre estábamos en los momentos en los que no debíamos y jamás en los adecuados.

Con el pasar de los años los kilómetros se sumaron a nuestra falta de coordinación vital y quizás esa sea la única realidad.

Hablando de marcos para colgar unos cuadros en mi habitación, me di cuenta de algo que ella detectó de inmediato, «esa foto me recuerda a mi», dijo… yo jamás lo había pensado pero quizá fue la razón por la que la imagen me agradó hace un par de años.

La conversación sobre los marcos siguió por unos cuantos mensajes más y terminó sin besos a la distancia ni saludos a la familia.

Mientras yo pensaba con ruido en la cabeza. De ese ruido que otro mensaje metió en mi hace una semana, «no quiero hacer ruido, pero me acordé demasiado de ti».

Y pensé en que simplemente el mensaje decía todo lo contrario a lo que significaba, provocaba ruido, mucho, un escándalo.

Ese ruido intensificado por los mensajes de voz de alguien que culpaba a mi forma de ser frontal por su enésimo fracaso, o quizá por más de uno.

Diría mi terapeuta, «a esa mujer le gusta atacar pero no sabe recibir ataques, si lo haces, seguramente todo terminará muy mal».

Así contamos la primera baja del año, gente que decide irse y que a la larga será lo mejor, conflictos es lo que menos se requieren en estas épocas.

Y mientras todo este ruido retumba en la cabeza, no me olvido de ella, de quien me ha ayudado a reconstruirlo todo, a quien tras 36 salidas al cine, no sé cuántas cenas, comidas y tragos, solo puedo dedicarle por primera vez unas breves y ruidosas líneas.

Y sigo sin saber por qué son apenas las primeras, aunque ganas sobran de qué no sean las últimas.

Imagen: Lídia Vives

De escritos fantasmas 

Ella escribía cuentos de hadas, de hecho aseguraba que era una, en su mundo solo había gente buena y mala, sin medias tintas y es que ella misma se comportaba de esa manera, o blanco o negro, no había más. 

Entre sus escritos había una larga novela,  en la que ella era la protagonista, un hada que trataba de salvar al amor de su vida, o algo por el estilo, los demás eran amigos y conocidos que cambiaban de nombre, forma y rol, según sus relaciones personales cambiaban. 

Por años creí que era yo ese al que salvaría, por el que arriesgaría su magia y sus polvos de hada, pero no… Con el tiempo descubrí que hablaba de aquel fotógrafo y que para mí, no había ni una línea. 

Al final no quisiera una sola línea ni en su historia escrita ni en la real. De hecho, desearía no haberme cruzado con ella jamás. 

Con el tiempo todo cambió y alguien con olor a jazmín inspira la mayoría de mis líneas y precisamente darme cuenta que tampoco aparezco en sus escritos me resulta previsible, algo que sospechaba pero que ante sus insistencias, corroboré.

Quizá sea bueno no inspirar ficciones, quizá quiera decir que lo que ven en mi es la realidad y no algo superfluo cómo un cuento o una despedida desde la punta de un lápiz.

Lo curioso es que me gustaría aparecer, al menos una vez, en uno de sus escritos, inspirar algo más que reclamos, que olvidos y bostezos. 

Pero diría Nacho: «Querer y no querer son dos cosas distintas». 

Imagen: Matt Vergotis 

Réquiem para un cabrón 

«En mi colmena, la mentira no es buena», suele decir mi hermanita Mónica y sobre todo lo hace para recordarme mi última gran estupidez. 

Mentir en nuestra cultura por alguna razón es bien visto, de ahí que existan las mentiras piadosas y esas que la gente considera «chiquitas e inocentes», aunque sean la misma mierda.

Mentir es una mala costumbre porque a nadie le gusta escuchar la verdad, a nadie le gusta aceptar que una vez hizo una auténtica cabronada que terminó con alguien dañado.

Mentir y mentirnos a nosotros mismos, creando realidades alternas, es todo un deporte; convencernos de algo que no ocurrió es más fácil que aceptar lo que sí pasó. 

Una de las personas que más quiero en este mundo, se encargó de recordarme que hace más de 10 años yo también fui un cabrón, un ojete, pues. Y creo que por eso sé de lo que hablo. 

Es difícil aceptar también que mucha gente nos miente, porque nos gusta creer sus mentiras y al mismo tiempo, rodearlas de otras para que todo suene fantástico. 

Ella me dijo, «es que todos son iguales, este chico tiene novia y aún así le tira cañón el perro a mi amiga»… 

Yo solo le dije que no todos somos iguales o quizá sí, pero algunos ya aprendimos la lección, a la mala, la mayoría de las veces. 

Otra me dijo, «es que es un buen chico, solo tomó la oportunidad»…

«No -le dije- no es un buen chico, y aunque todos te apapachen, yo te diré la verdad: es un hijo de puta, porque te mintió desde el primer instante, te engañó y se aprovechó de tu vulnerabilidad, lo que te hizo es una putada, una chingadera, es un hijo de puta».

Hace tiempo aprendí la lección, y lo hice bien, niñas, un caballero no es el que les abre la puerta del coche, les invita el café o les paga las palomitas del cine.

No, un caballero, un hombre, es ese que les dice la realidad, que jamás negaría a la novia por un faje o algo más, que es honesto y que dice la verdad, por muy cruda o clara que ésta sea. 

Si no lo hace, no lo hizo, no fue «un buen chico que tomó la oportunidad», no, es un puto, poco hombre y no, aunque les abría las puertas, jamás las respetó. 

Pequeño relato de un embrujo 

Al fin sus ojos me miraban y yo trataba de evitarlo, trataba de no caer en sus hechizos.

Por 216 meses esperé pensando que sería imposible, y ahora estábamos frente a frente, y en realidad sabía del peligro que corría.

Traté de evitar sus ojos, quizá por miedo o quizá por pena, hasta que caí en cuenta que nuestras miradas se cruzaban, que no había más escape de ese viejo sueño.

Por instantes mágicos nos miramos directa y fijamente a los ojos y entonces dejé de sentir miedo, dejé de sentir dolor y pude ver la bondad que tanto esconde de los demás.

Quizá por eso, solo pude balbucear: «embrújame, por favor, embrújame». Pero mi destino está marcado; ella solo sonrió y me dijo: «no, no quiero».